Vaya días variados y "tutifrutis", como me gusta llamarlos. Jamás en mi vida imaginé verme obligada a entrar a una sex shop, y tuve que hacerlo por una tarea (vaya ironía).
Un primer paso: todo es rosa. Un segundo paso: demasiadas cosas raras y desconocidas, al parecer todos son juguetes. Diferentes tamaños, colores, y hasta sabores. Muestras de lo que "gustes y quieras probar", como dicen sus vendedores, que te miran de arriba a abajo tratando de adivinar lo que te motivó a entrar en su establecimiento.
Videos de muchos precios y de varias duraciones, botellas con líquidos de colores, música a todo volumen y gente susurrando a tu alrededor. El asunto se torna nauseabundo y sólo puedes hacer una cosa: salir de allí.
Parejas homosexuales demuestran su afecto en todos lados y sin reservas. El hambre me consume y entro a cenar a McDonald's: los nuggets más resecos que he comido en mi vida y la Coca-Cola con mayor sabor a agua que a azúcar que he probado. Al terminar de comer, emprendo la búsqueda del metrobus que me llevará a casa.
Ya estoy en la parada, está llegando el transporte, se abre la puerta y una asquerosa cucaracha me impide el paso, un alma caritativa la pisa por mí (no quise hacerlo porque me dio mucho asco y por aprecio a mis zapatos), entro y espero la parada en Altavista, desde donde fácilmente puedo hallar el camino a casa.
Un primer paso: todo es rosa. Un segundo paso: demasiadas cosas raras y desconocidas, al parecer todos son juguetes. Diferentes tamaños, colores, y hasta sabores. Muestras de lo que "gustes y quieras probar", como dicen sus vendedores, que te miran de arriba a abajo tratando de adivinar lo que te motivó a entrar en su establecimiento.
Videos de muchos precios y de varias duraciones, botellas con líquidos de colores, música a todo volumen y gente susurrando a tu alrededor. El asunto se torna nauseabundo y sólo puedes hacer una cosa: salir de allí.
Parejas homosexuales demuestran su afecto en todos lados y sin reservas. El hambre me consume y entro a cenar a McDonald's: los nuggets más resecos que he comido en mi vida y la Coca-Cola con mayor sabor a agua que a azúcar que he probado. Al terminar de comer, emprendo la búsqueda del metrobus que me llevará a casa.
Ya estoy en la parada, está llegando el transporte, se abre la puerta y una asquerosa cucaracha me impide el paso, un alma caritativa la pisa por mí (no quise hacerlo porque me dio mucho asco y por aprecio a mis zapatos), entro y espero la parada en Altavista, desde donde fácilmente puedo hallar el camino a casa.